sábado, 31 de marzo de 2018

Pienso que todos llevamos en nosotros mismos las cicatrices de la vida. Las mejores personas, las más felices no son las que bloquean las circunstancias adversas que les han marcado sino aquellas que, a pesar de éstas, continúan luchando por seguir adelante y ser felices.

Por supuesto, no es fácil reaccionar así. Requiere un gran control de sí mismo y un gran esfuerzo hacia el optimismo, con el pensamiento y la voluntad de creer que "mañana, todo será mejor".

Jesús es un ejemplo de ello. Durante su vida, aún siendo el Hijo de Dios, no pudo evitar los contratiempos y los rechazos. Sintió hambre y tuvo que comer espigas. Estaba cansado y se quedó dormido en una barca, en medio de la tormenta hasta que sus amigos lo despertaron asustados, a pesar de todo lo que él les había enseñado sobre confiar en Dios. Se lo estaba pasando muy bien en una fiesta de casamiento y su madre le pidió que se formalizara y ayudara a los novios con el vino. Y al final, uno de sus mejores amigos, lo traicionó. 

Todos somos hijos de Dios, gracias a Jesús. Sin embargo, ninguno de nosotros es perfecto como Él. Y esta imperfección implica que al relacionarnos unos con otros, salgan a la luz nuestros defectos y nuestros errores. 

Desde pequeños buscamos la seguridad que nos brindan nuestros imperfectos padres aunque de niños, creemos que todo lo que hacen es perfecto. Los buenos padres tratan de hacer lo mejor que pueden por sus hijos sin embargo, mientras se esfuerzan en hacerlo, llevan a cuestas otras cargas (físicas, económicas, emocionales) que los hijos ni conocen ni comprenden. Y los padres responsables y amorosos, confían en hacerlo lo mejor posible aunque sus propios errores puedan causar pequeñas o grandes cicatrices en los pequeños a su cuidado.

Pero los pequeños se convierten en adultos, tal vez hasta lleguen a convertirse en padres a su vez, y es ahí donde las cicatrices deben haber sanado o el adulto debe tomar conciencia del dolor pasado y pasar por el proceso de sanación del mismo para superarlo. Solos no podemos. Jesucristo puede ayudarnos. Al leer su vida en los Evangelios, encontramos un sinnúmero de circunstancias en las que se vió afectado y todas las formas en que reaccionó y cómo las superó. Por otro lado, Dios ha creado la evolución en los seres humanos de tal manera, que actualmente el conocimiento abarca capacidades y aptitudes las cuales el hombre de Neardenthal nunca hubiera imaginado.

Cada uno de nosotros es un milagro de Dios. Desde que nacemos hasta que morimos, Dios nos da la oportunidad de sanar todas las heridas de nuestra vida hasta convertirlas en cicatrices sin dolor. Pero nos creemos perfectos y no nos gusta pedir ayuda. El mundo actual nos guía hacia la autosuficiencia, el egocentrismo y el egoísmo.

A Jesús le gustaba estar solo, únicamente para orar con Papá Dios. Y aún así, no se alejaba tanto: se llevó a sus amigos al Huerto de los Olivos para que lo apoyaran y éstos se quedaron dormidos mientras él lloraba y clamaba. ¡Ah, hombres imperfectos! y Él, con su comprensión infinita del ser humano, los despertó para que se fueran de ahí, en el momento justo en que sería apresado.

No nos gusta sufrir, no nos gusta llorar: es señal de debilidad. Tal vez por eso los amigos de Jesús se quedaron dormidos mientras Él sufría, no querían reconocerlo débil. Dependían de Él y de su fortaleza: tan sólo unos días antes había entrado a Jerusalén aclamado como un rey.... Sólo Pedro estaba dispuesto a defenderlo y con todo y esa intención, aunque no salió huyendo como los otros, por miedo negó conocerlo.

Jesucristo murió en una cruz, torturado, llevando en su cuerpo las heridas infringidas por un grupo de soldados al servicio de un cruel tirano. Sin embargo, si no hubiera sido por el complot de los envidiosos líderes fariseo-judíos de esa época, tal vez hubiera obtenido la absolución del gobernador romano. 

Los cristianos no celebramos un asesinato ni la muerte de Cristo; aceptamos llevar la cruz de la circunstancias adversas de cada día si con ello mejoramos la vida de los que nos rodean, de los prójimos y no porque seamos masoquistas. Celebramos la Resurrección de Cristo sobre el dolor y la muerte confiando en que, cuando nos toque morir, Dios Padre, por medio de Su Hijo Jesús, nos lleve junto a Él y nos haga resucitar a una vida nueva, mejor y perfecta.

Creemos en la Resurrección. No creemos que al morir "sólo nos quedemos dormidos y todo termine ahí", como me dijo alguien alguna vez. En esta vida llevamos muchas cicatrices de sufrimientos como para que yo pueda creer que todo termina cuando yo me muera. A mí nadie me venderá esa idea porque soy cristiana y creo en la Resurrección de Jesucristo (y en la mía con Él).