miércoles, 4 de enero de 2017

Mi amiga Mariíta...

Caminando por la vida, transitando por los años, conoces personas especiales que te marcan el corazón. En su momento, en su época, estas personas caminan contigo y te aconsejan, te quieren, te hacen feliz compartiendo sus experiencias y oyendo las tuyas...

Conocí a Mariíta en la Iglesia de Pinares. Juntas preparábamos desayunos de evangelización y ella, siempre servicial, siempre dispuesta, siempre sonriente. Años más tarde, cuando ella ya no tenía tiempo de asistir a la Iglesia porque cuidaba a su mamá en casa, tuve el privilegio de que nos abriera las puertas de su hogar para visitarlas casi todas las semanas, llevándole la Santa Comunión a su mamá.

Me enternecía mucho ver el cariño con que Mariíta cuidaba a su mami. La abrazaba, la acuchuchaba, le acomodaba las almohadas de esa imponente cama con una cabecera bellamente labrada en madera, donde yacía una ancianita chiquitita y ciega pero llena del Espíritu sonriente de Dios. Esa viejita linda (creo que así la llamaba Mariíta) a la cual creíamos consolar nosotras, las visitadoras de enfermos de Claret, nos recibía siempre sonriente y nos encantaba visitarla porque, siempre, las que salíamos consoladas éramos nosotras, gracias a ella. Y a mí, en especial, me impresionaba que esa linda viejita no veía con los ojos, veía con el corazón.

Y en esas visitas, en las cuales era refrescante para el espíritu sentir el amor que se respiraba en ese hogar, aprendí a conocer más a Mariíta. De cómo en una época de su vida hacía quesos y crema para vender y ayudar a su esposo; del bebé que le dejaron en la puerta y ella recogió y ayudó a criar; del insomnio de una de sus hijas, pidiéndonos que oráramos mucho por ella; de cómo su gran familia (hermanos, primos y demás) aunque unos católicos, otros protestantes, se unían para orar los unos por los otros....

Pasó el tiempo, la viejita linda al Cielo voló y dejé de ver a Mariíta. Yo también dejé de visitar la Iglesia y a los ancianitos porque Dios me envió a mi casa a cuidar a mi mamá. Pero a veces, cuando tenía que subir a Pinares por cualquier mandado, pasaba frente a la casa de Mariíta y la recordaba.
Muchas veces pensé "¿cómo estará Mariíta?" y le preguntaba a su hijo Jorge por ella, cuando me auxiliaba con el alquiler de mesas y sillas. La tecnología nos reunió el año pasado con un breve post gracias a la conexión de Jorge por facebook y pude ver fotos de sus paseos, de su celebración de Aniversario de matrimonio, y su sonrisa de nuevo. Y me encantaba su sonrisa, la admiraba por ello. No importaba lo difícil que hubiera sido un trance en su vida, ella sonreía porque confiaba plenamente en Dios.

Muchas veces pensé: "debo sacar tiempo para visitarla". Nunca imaginé que su salud estuviera tan deteriorada. ¡Se veía tan sonriente siempre en las fotos! Y no la visité, así como no he visitado ni hecho tantas cosas que quisiera, porque estoy amarrada con lazos de Amor en el cuidado de mi viejita que Dios me encomendó. Pero pude haberlo hecho, quizá pude haber platicado un ratito con mi amiga Mariíta y gozarme de sus consejos, su testimonio cristiano, su sonrisa.

Hoy abrí el facebook y encontré su foto, su inconfundible sonrisa. Y cuando leí lo que decía abajo, no podía creer lo que leía: Mariíta había partido. Y entre lágrimas de amistad, se me vinieron de repente a la mente todos los recuerdos de los pocos pero profundos momentos compartidos. Y pensé en su esposo, pensé en sus hijos, que si a mí me duele, el dolor para ellos es definitivo.

Hasta luego Mariíta. Ahora eres tú la que es acuchuchada por tu mami y por Mamita María que, estoy segura, te ha abierto las Puertas del Cielo, de ese Cielo que tú vislumbrabas siempre en las pruebas, con tu linda sonrisa.

(4 de enero de 2017)
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