Cuando un hijo se va,
se rompe el corazón y te caen los años encima
como piedras preciosas que, a pesar de serlo,
pesan y rasgan tu espalda.
Y te quedan los recuerdos,
las esperanzas,
las ilusiones...
tratando de encontrar en ellas
un nuevo rumbo en tu vida.
Y te das cuenta que el tiempo
pasó muy rápido.
Que gozaste lo que pudiste
pero, tal vez,
te perdiste haber gozado más momentos
y perdido más circunstancias.
Y reaccionas ante el hecho de haber crecido y madurado...
Que ya no eres la joven con todo un mundo por delante...
Ahora eres la mujer adulta dejando un mundo atrás.